Las relaciones son bien difíciles de trabajar. Requieren esfuerzo constante para adaptarse a una pareja que tal parece que la cambian constantemente. Son difíciles aún cuando deciden divorciarse. Haciéndome eco de la célebre frase de una amiga y colega, les diré que “¡Uno se casa con una persona y se divorcia de otra!”. Y es que en el proceso del divorcio, las parejas se olvidan de lo que construyeron juntos y se enfocan en lo que están destruyendo, enfrascándose en una batalla campal para ver cuál de los dos obtiene la mejor parte.
La batalla legal es cruel sin medida y se utilizan todos los recursos disponibles sin mediar el daño que esto pueda ocasionar. Dos armas muy utilizadas son los hijos y el dinero. Pasemos a los hijos. La batalla comienza con restringir el acceso a los menores del padre no custodio; y cuando le otorgan visitas, los menores después son puestos en el cuarto de investigación bajo una potente luz para saber todos los pormenores de la vida del padre no custodio. “¿Con quién estuvo? ¿Cómo es? ¿Cómo te trató?”. Luego vienen los insultos hacia el padre no custodio y la guerra se convierte en una misión de destruir la relación paternal, forzando al menor a escoger entre cuál de los dos padres es el mejor.
Segunda fase de la batalla: pensiones alimentarias. El dinero se convierte en la forma de evitar que el padre no custodio continúe o empiece una nueva vida. Se trata de obtener hasta el último centavo con tal de que “ese mal nacido coma tierra si es posible”. Obviamente, los hijos de nuevo son atrapados en la batalla cuyo único propósito es aliviar el dolor que causó la separación de la pareja.
Cada vez que tengo uno de estos casos me pregunto, ¿a quién realmente se le hace daño en este malvado juego de dolor? ¿A quién se le cortan las ilusiones de empezar de nuevo? ¿Quién va a cargar las heridas de un matrimonio que no funcionó? Y siempre en mi mente la respuesta es la misma: los hijos.
Las experiencias de las primeras relaciones que establecen los menores son de suma importancia y van a determinar la calidad de las relaciones que establezcan cuando sean adultos. Si fueron marcados por relaciones sentimentales conflictivas de los padres, las probabilidades de que sus relaciones de adultos sean iguales o más conflictivas que la de sus padres son muy altas. Esto pudiera contribuir a que sus vidas y sus relaciones interpersonales no sean plenas ni satisfactorias.
Por lo tanto, si estás atravesando por un proceso de divorcio y hay hijos de por medio toma un respiro y piensa, ¿a quién realmente no estás dejando empezar de nuevo? Busca ayuda, trabaja tus sentimientos con un profesional de la salud mental, y permite que todas las partes de este conflicto empiecen de nuevo. Te lo vas a agradecer luego.
La batalla legal es cruel sin medida y se utilizan todos los recursos disponibles sin mediar el daño que esto pueda ocasionar. Dos armas muy utilizadas son los hijos y el dinero. Pasemos a los hijos. La batalla comienza con restringir el acceso a los menores del padre no custodio; y cuando le otorgan visitas, los menores después son puestos en el cuarto de investigación bajo una potente luz para saber todos los pormenores de la vida del padre no custodio. “¿Con quién estuvo? ¿Cómo es? ¿Cómo te trató?”. Luego vienen los insultos hacia el padre no custodio y la guerra se convierte en una misión de destruir la relación paternal, forzando al menor a escoger entre cuál de los dos padres es el mejor.
Segunda fase de la batalla: pensiones alimentarias. El dinero se convierte en la forma de evitar que el padre no custodio continúe o empiece una nueva vida. Se trata de obtener hasta el último centavo con tal de que “ese mal nacido coma tierra si es posible”. Obviamente, los hijos de nuevo son atrapados en la batalla cuyo único propósito es aliviar el dolor que causó la separación de la pareja.
Cada vez que tengo uno de estos casos me pregunto, ¿a quién realmente se le hace daño en este malvado juego de dolor? ¿A quién se le cortan las ilusiones de empezar de nuevo? ¿Quién va a cargar las heridas de un matrimonio que no funcionó? Y siempre en mi mente la respuesta es la misma: los hijos.
Las experiencias de las primeras relaciones que establecen los menores son de suma importancia y van a determinar la calidad de las relaciones que establezcan cuando sean adultos. Si fueron marcados por relaciones sentimentales conflictivas de los padres, las probabilidades de que sus relaciones de adultos sean iguales o más conflictivas que la de sus padres son muy altas. Esto pudiera contribuir a que sus vidas y sus relaciones interpersonales no sean plenas ni satisfactorias.
Por lo tanto, si estás atravesando por un proceso de divorcio y hay hijos de por medio toma un respiro y piensa, ¿a quién realmente no estás dejando empezar de nuevo? Busca ayuda, trabaja tus sentimientos con un profesional de la salud mental, y permite que todas las partes de este conflicto empiecen de nuevo. Te lo vas a agradecer luego.